17-10-2008, reflexión:

La capacidad de expresión oral de una persona suele cambiar dependiendo del día. Hay mañanas en que te levantas con la agilidad verbal de Groucho Marx, y otros días te sientes tan espeso que no puedes casi ni hacerte entender. Generalmente uno se da cuenta en cuanto necesita articular sus primeras palabras del día. Ya en ese momento, uno sabe si se ha levantado hiperverborreico o con un mazapán pegado en el paladar. Esta capacidad puede además mantenerse inamovible durante rachas más largas que un simple día, y nunca se sabe exactamente por qué ni de qué depende. No es algo que tenga que ver con el cansancio, la somnolencia, o el estado de ánimo... sino es tan arbitrario que sólo se puede achacar a las estrellas. Y no es que me quiera poner ahora místico, ni mistérico, ni ikerjiménico... pero es que este fenómeno sólo sucede con el habla. Cuando te vas a la cama cada noche, estás seguro de que por la mañana sabrás la misma geografía, entenderás las mismas mates, conducirás de la misma forma... pero nunca sabes si amanecerás con una boquita de piñón... o con una lengua de trapo. E imagina que tienes una entrevista de trabajo, o que tu trabajo es ser locutor de radio...

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